lunes, 25 de enero de 2010

Reflexiones Sobre La Flexibilización Laboral Y Sus Incidencias En La Cotidianeidad



Son muchos los aspectos que se han transformado con el advenimiento de las políticas neoliberales que se han impulsado aproximadamente desde hace más de 25 años en todo el orbe. A raíz de lo anterior se han venido suscitado un gran espectro de transformaciones tanto dentro de los espacios de acción los Estados nacionales (el económico y el político) como dentro de los espacios interiores de la sociedad civil (los respectivos a situaciones de la vida cotidiana). De entre todo este espectro de transformaciones vale la pena mencionar, en este sentido, el aspecto de la flexibilización laboral como uno de los puntos nodales que han redefinido: 1) El papel del Estado en la regulación y aplicación de las políticas laborales y por consiguiente 2) La vida del trabajador común y corriente.


A grandes rasgos la flexibilización laboral se entiende como un nuevo esquema de administración de la fuerza de trabajo que ha tenido sus respectivas expresiones en cambios en la reglamentación laboral dentro de las empresas y dentro de algunos otros organismos como los gubernamental-burocráticos. La flexibilización laboral es un principio económico y político que esta orientado a una “nueva eficiencia empresarial” y que surge a raíz de un esquema de pérdida generalizada de rentabilidad (pérdida de ganancias) que el sistema de acumulación de capital mundial ha venido experimentando desde mediados de los 70s. La respuesta que surgió ante esta problemática, y que se convirtió en el principio básico de la flexibilización, fue la reducción de los costos laborales mediante el combate sistemático en la estabilidad en el empleo; Una de las vías más cortas para ello fue la pugna, por parte de la empresa, para lograr una creciente libertad en materia de despidos; Esto lo logró mediante la eliminación de “las trabas legales”, contenidas en los contratos laborales, que impedían los despidos injustificados. En esto las reformas estatales en materia laboral fueron fundamentales. De igual forma, otra de las vías para “desestabilizar” el empleo y ahorrar cotos fue la eliminación de los pagos por liquidación y la eliminación de prestaciones. Sumado a esto, la libertad en materia contractual (“Los principios de la empresa son los que imperan a la hora de la contratación”) con la consiguiente implantación de jornadas de medio tiempo y de horas determinadas, trabajo a destajo y por obra determinada fueron pilares fundamentales en las políticas de flexibilización laboral que gradualmente se esparcieron por todo el mundo. Todo lo anterior en franca y abierta oposición a los regímenes de contratación colectivos propios de la era sindical, que tuvo su apogeo y mayor fuerza en todo el planeta durante las primeras ¾ partes del siglo XX, y que garantizaban antigüedad laboral, esquemas de limitación para despidos y jornadas laborales definidas con base a esquemas de contratación colectivos y tabuladores de puestos.


De igual forma, con las reformas a la política de estado de finales de la década de los 70’s, se eliminaron las políticas de protección salarial del Estado benefactor que, hasta cierto punto y en ciertos lugares, garantizaban estabilidad en la contratación y ofrecían un marco de prestaciones que permitían a la fuerza laboral desempeñarse de manera mas activa y con menos desgaste tanto físico como mental. Gradualmente todo esto se fue dejando de lado, y al día de hoy no es nada nuevo conocer que las empresas tanto públicas como privadas: Renuevan contratos cada año para no generar antigüedad y no tener que pagarle al trabajador por tal, aplican a rajatabla despidos masivos (muchas veces injustificados) si sus niveles de ganancias y operaciones se ven afectados, establecen a su conveniencia los tiempos de las jornadas y los esquemas de trabajo e intensidad bajo los cuáles el trabajador tiene que ser contratado, además de que exigen del trabajador: a) la polivalencia, es decir, la capacidad de que el mismo pueda realizar diversas tareas en un mismo puesto, b) la adecuación de sus patrones de tiempo a las necesidades de operación gerencial y c) la flexibilidad de perfil, es decir, la necesidad de que el profesional de cualquier rama del conocimiento tenga la capacidad de desempeñar tareas que no necesariamente tienen que ver con la profesionalización adquirida en el ámbito académico; Cada día las empresas requieren más ingenieros con capacidades de venta y mercadeo, arquitectos con capacidades administrativas, etc…Es decir, perfiles conjuntos y mixtos para que un solo puesto y una sola persona pueda gestionar lo que anteriormente lo hacían varios puestos o varias personas. Esto no es nuevo, es la tendencia racional del capital, sin embargo tiene su expresión particular en este periodo que vale la pena ponerse a reflexionar.

Sin duda, estos nuevos esquemas laborales han afectado, en grados más y en grados menos, al grueso de la población. Sin embargo los grados de afectación han sido diferenciados y relativos al país, la industria, al tipo de trabajo, a la empresa, al sector económico y al tipo de trabajador, por mencionar solo algunos de los más importantes. Para contextualizar el problema cabe mencionar que las generaciones más afectadas por estos nuevos esquemas laborales son las nacidas a finales de la década de los 70s y principios de la de los 80s, es decir, las que al día de hoy están en pleno apogeo de su edad laboral. Para estas generaciones, en un nivel generalizado claro esta, no ha existido otra forma de administración de su fuerza de trabajo diferente a la de la flexibilización, es decir, no han experimentado otras formas de contratarse y otros esquemas salariales y de prestaciones, que no sean los actuales. Todo lo anterior inserto en una dinámica laboral que esta gruesamente relacionada con la aparición de la gran empresa trasnacional. Es decir, ésta como producto de la transformación de la gran empresa de tipo “fordista” que producía con insumos locales, con procesos de ensamblajes integrados en una misma planta y con fuerza laboral local. A diferencia de ésta, la “nueva gran empresa” tiene otros objetivos explicados más a raíz de la dinámica de los mercados mundiales en crisis; Por ello la relación insumos locales/insumos internacionales ha disminuido gradualmente, los procesos de ensamblajes, de producción y de administración se han separado y se han trasladado a lugares donde el costo salarial es relativamente menor (países del capitalismo periférico como el caso de México), requiriendo así una creciente fuerza laboral joven, recién egresada y para puestos de rangos menores y operativos, de tipo técnico-administrativos y para desempeñar “labores menores” de venta, marketing, control, y labores de maquila tanto de información como de procesos productivos separados y con poca injerencia en las decisiones centrales que aun se conservan en los países del capitalismo central.

Más allá de los aspectos estrictamente técnicos, laborales, salariales y políticos me gustaría centrarme en lo que estos cambios en apariencia más económico-políticos han venido generando en la cotidianeidad de las relaciones humanas, es decir en la práctica secular y ordinaria del actuar del sentido común de los trabajadores de cuello blanco, que a mi parecer es el estrato en donde menos se notan dichas transformaciones, de los países del capitalismo periférico. Esto es: aspectos de carácter más individual y personal con los que este tipo de trabajador tiene que lidiar.
A cambio de ofrecer su flexibilidad y polivalencia, el corporativo le ofrece al trabajador un status, una “clase”, una diferenciación para quien “trabaja para el”. Sin embargo este “status”, la mayoría de las veces, se esconde tras una mascara de salarios raquíticos que poco están de acuerdo con los niveles de productividad que se le exigen al trabajador; Las pagas, difícilmente logran cubrir o reponer el desgaste que sufre la fuerza laboral, y sobre todo no logran reponer el desgaste de las capacidades intelectuales y creativas que sufre el sistema nervioso del trabajador de oficina. De esta forma, la capacidad de análisis y la creatividad son absorbidas por el sistema de maquinas, de computadoras, de sistemas lógicos, de cuentas: La eficiencia y la excelencia en los procesos técnico-administrativos que exige la empresa, reducen la capacidad de análisis a la instrumentabilidad y la operacionalidad de sistemas. Se aprende y se capacita al intelecto del trabajador de acuerdo a los requerimientos de la empresa y no tanto en relación con las necesidades de desarrollo personal del trabajador; son los principios de la empresa y no los personales los que imperan a la hora de “aprender”. Si la empresa necesita que el trabajador se capacite, lo hará, si no, no vale la pena gastar recursos en desarrollar habilidades que no tengan relación con lo estrictamente productivo, inclusive si esas habilidades puedan mejorar las relaciones sociales dentro de la propia empresa. En pocas palabras el trabajador no puede tomar decisiones autónomas al interior de los procesos técnico-administrativos. Esto aunado a un ritmo de trabajo constante, con metas de productividad definidas, y con tiempos y movimientos ajustados por organismos de supervisión, generan un ambiente de stress tanto dentro de la propia psique del trabajador, como fuera de la misma, es decir, en su entorno general. En ese sentido la vida del corporativo al ser tan absorbente puede resultar en monótona, limitada y simplista en cuanto a los aspectos de relaciones personales. Las envidias por aspectos materiales, por conseguir un cierto status, un prestigio dentro del corporativo y una buena posición económica afloran en el trabajador. El ambiente laboral se vuelve hostil; El miedo, la paranoia y el sentirse amenazado por alguien más son el pan de cada día.

Aunado a esto, los pocos momentos “libres” se esfuman en pláticas llenas de ecuaciones aspiracioncitas y presunciones sobre dinero y artículos de status; Cosas que alimentan el ego y una cultura irracional del fetichismo en una forma banal y burda: Todo gira en torno a la competencia. Quien tiene mas, quien puede mas, quien es más, quién puede ser más. La palabra colaboración pocas veces se menciona y en su lugar se usa la de “competencia” y todos sus derivados: competitividad, competitivo; que de paso esta decir, son adjetivos utilizados a manera de imperativos en el ambiente del corporativo de hoy. ¡Tienes que ser competitivo! ¡Te falta más competitividad!

Hay un punto donde todo se quiebra y el trabajo se introyecta como parte de la personalidad, como parte de un sacrificio, de un deber personal y moral. En ese sentido la introyección de los valores de la empresa sustituyen a lo que podría llamarse “los valores verdaderamente humanos” y que quizá, en un sentido romántico de la explicación nada tienen que ver con los valores de la institución y el corporativo que la personalidad fetichizadamente ha hecho como suyos. A raíz de lo anterior, el ritmo de vida individual se acelera automáticamente a la par del ritmo de crecimiento de las exigencias de productividad y eficiencia de la organización, del corporativo, de la empresa. La rutina es la que impera, y todo, tarde o temprano, se supedita a ella, inclusive las cosas que por esencia no obedecen o no debieran subordinarse a patrones rutinarios como quizá las relaciones personal-amorosas. No hay tiempo para la reflexión, para la autocrítica, para detener el tiempo y cuestionarse cual es la realidad propia. Todo se vuelve automático, pragmático, rutinario y sujeto a un intervalo de tiempo definido y organizado. No hay, o queda poco espacio para lo contingente, lo efímero, lo surreal y lo fuera de la rutina.

No debe permitirse algún margen para el error, puesto que la propia personalidad esta amenazada por el miedo al ridículo, a la perdida de competitividad, a la perdida de una carrera por permanecer inmaculado y limpio ante los ojos de los superiores y ante la propia empresa, en este caso, como el ente moral supremo que todo lo juzga y castiga. La creatividad individual se muere, se pierde, se desestima. “Tengo tanto trabajo que no tengo tiempo para imaginar otras cosas. Cual es el sentido. En ello no hay utilidad, no hay ingreso, no hay necesidad, no hay trascendencia en lo que yo haga, diga o tenga que decir”. La opinión personal, en ocasiones, se guarda en el cajón por temor al error, al ridículo. Tampoco se estima como importante expresar los sentimientos…En este sentido las relaciones personales se minan, se socaban, se desgastan rápido…Lo que le pase al que no esta en la misma dinámica laboral no se estima como importante en el sentido de que no esta inserto en el mismo lenguaje, en el mismo ritmo, no comparte los mismos intereses ni el mismo poder adquisitivo…

La vida en las oficinas se ha hecho más compleja, más difícil. A raíz de la transformación en los perfiles de los puestos, el stress ha aumentado, las cargas de trabajo se han duplicado e inclusive triplicado, y por ende la salud nerviosa del trabajador ha empeorado. En este sentido las relaciones personales, en diversos casos, se han deteriorado tanto al interior como al exterior del ámbito laboral. Lo que una persona percibe como salario ya casi no es suficiente para hacerse cargo de las necesidades de una familia. Los roles hombre-mujer se han modificado, generando inestabilidades al interior de lo que se puede entender como la familia tradicional. De igual forma, la inestabilidad en el empleo, y por ende en el ingreso, han suprimido los niveles de confort y comodidad, desestabilizado en cierto sentido los niveles generales de salud de la población que esta en plena edad productiva.

Con esto no estoy afirmando que todo lo anterior sea culpa de un esquema de flexibilización laboral producto de políticas económicas que de paso esta decir, ninguno de nosotros propuso. Sin embargo creo que si es importante reconocer cual es el contexto, en grados más en grados menos, bajo el cual muchos vivimos nuestra realidad laboral. En ese sentido, el propósito de este escrito no es generalizar ni establecer conclusiones definitivas sobre el ambiente laboral al que estamos sometidos. Más bien lo que se intenta dejar son líneas de reflexión y puntos para introspección que nos detengan a pensar que lo que ocurre en el mundo laboral afecta a las dinámicas de nuestras relaciones personales; Vale la pena hacer un alto y pensar en nuestra salud personal y social. Vale la pena sentarse a pensar si la dinámica laboral en la que se esta inserto esta trayendo un verdadero desarrollo personal; un desarrollo que implique una mejora de las situaciones sociales e individuales en todos los sentidos: profesional, social, espiritual, creativo, amoroso, racional y de salud. Si no es así, lo deseable es empezar a cambiar, porque si no empezamos por la autoconciencia, los cambios más grandes son en verdad más complicados...
THE MAN IN BLACK