martes, 21 de octubre de 2008

El 68 del 08


El 68 del 08
A 40 años de las injustas sociales y las justas deportivas


Tenemos qué, para 1968 México vive un momento coyuntural en varios niveles: social, demográfico, económico, industrial, deportivo y en especial político. La juventud, grupo social de cuantiosa numerosidad se erige como un elemento de cambio, un actor social latente en cuanto a lo político se refiere; un actor social con potencial crítico, formado en la técnica y profesionalizado.

La practica política es ajena a los jóvenes, estudiantes en este caso; dicha expresión de la sociedad esta reservada para una elite: la familia revolucionaria y sus alianzas con las clases dirigentes, me refiero a la burguesía nacional, tanto la estatal como la privada; de igual modo la elite militar y la sindicalista son miembros de la coalición o alianza hegemónica.

Emerge entonces, bajo un cambio estructural más amplio y general en el país, un grupo de jóvenes educados, instruidos, parte de la nueva sociedad, de una clase media de reciente formación; con perspectivas y actitudes vagas y poco concientes de lo que el ejercicio de la política es.

Son también herederos de una visión nacional, muy particular, heredada de la revolución mexicana; de padres o generaciones anteriores conformes con el sistema, adaptados en mayor o menor grado a un orden de cosas establecido, seguro, cohesionador, que disuade de forma efectiva la desobediencia civil. Son parte de una sociedad civil apolítica, de una clase subordinada; son expresión del nacionalismo mexicano, de una ciudadanía pasiva.

Los estudiantes del 68 y sus generaciones más próximas son beneficiarias del Estado subsidiador, aquel Estado nacionalista garante de ciertas condiciones estructurales para la reproducción de una sociedad y el mantenimiento del Estado.

Un Estado nacional que impone paz, una pax de leyes, una paz que en lo formal se sustenta bajo una carta magna de corte liberal e ilustrada, es lo que le da su carácter de justeza y legitimidad al Estado, pero en lo real estas leyes, esta pax impuesta por el monopolio exclusivo de la fuerza o violencia legitima tiene sus expresiones particulares, únicas para el caso de toda America Latina. Una democracia inexistente, bajo condiciones de autoridad estricta pero tolerable, tolerable sí se a de querer vivir en calma, en un contexto de certezas y condiciones que permiten o permitían la sobrevivencia.

Las generaciones anteriores al 68 no tenían por qué cuestionar el orden dado y creado por la familia revolucionaria, era un orden funcional, que integraba y garantizaba el acceso al bienestar social, en cambio, debía estar entendida la completa transferencia del que hacer político, así como de sus expresiones y practicas por parte de la sociedad a la clase gobernante; debía ser transferido ese poder al gobierno y a sus instituciones. El monarca absoluto, la figura carismática, el ser extraordinario formado en la filas de la clase política era el Presidente. Monarca contingente, reinante por seis años, fiel a la practica, a la costumbre de representación política, monopolio del poder y el comando de lo social, lo político y lo económico.

Los jóvenes, entonces, no tenían experiencia en lo tocante a la política y su praxis. Eran jóvenes ignorantes de la práctica y la técnica política. El mismo sistema no deseaba la formación de grupos, ni mucho menos de expresiones de tal lógica emergente, para ello se llevaba a cabo acciones autoritarias. El autoritarismo dictaba la costumbre; los asuntos medulares del país son de la exclusiva ingerencia, discusión y opinión del gobierno y su alianza hegemónica. Únicas y exclusivas de su bloque histórico.

Las racias, las pesquisas y los patrullajes de agentes policiales y sus organizaciones de “seguridad publica” fueron cambiando a lo largo del tiempo, se profesionalizaron y establecieron una organización funcional y eficiente, que para 1968 tenía una cualidad particularmente distinta a la de décadas anteriores. Me refiero a que el proceso de nacionalización y profesionalización de los grupos de seguridad y ejercicio de la violencia legitima, entendidos como cuerpos policíacos y fuerzas castrenses eran ya para el 68 una institución moderna y eficaz en el cumplimiento de sus tareas.

No por nada el cambio cualitativo con que la población los identificaba, de “azules y tamarindos” pasaron a ser “la tira” la tira-nía. Una corporación cargada de una valoración negativa. Los objetivos de los cuerpos policíacos eran jóvenes, aquellos que no se ajustaban con la norma, a lo establecido, a lo moralmente bueno y deseable. Así universitarios y estudiantes en general, influidos y a-culturizados por lo que pasaba en el mundo: por una revolución cubana, una guerra en Vietnam, una primavera en Praga, una comuna parisina; así como de unos Beatles, un Bob Dylan, un Led Zepellin, un Martín Luther King, así como de un Karl Marx que no dejaba de ser el espíritu que se enfrentaba al fantasma que recorre las calles de Europa y los Estados Unidos. Propinaría y produciría una cultura que cobraría una fuerza nueva. Un espíritu de protesta latente, con miras a ser critico. Sólo necesitaba de un detonador, en este caso fue la fuerza y las miradas del mundo que se posaban sobre el primer país del tercer mundo en celebrar unos juegos olímpicos, alejados de las calles de Europa y las potencias económicas.

Una nación subdesarrollada celebraría por primera vez en su historia una justa deportiva burguesa. Una justa entre el primer mundo capitalista y el segundo mundo socialista. Enmarañado en este ir y venir de ideologías y procesos productivos cambiantes, México se enfrento al reto de trasformarse, de dejar de ser un país y una ciudad con industrialización considerable, para ser una ciudad urbanizada, una sociedad moderna en contacto con el mundo, una sociedad más racional y capitalista que no dejaba de ser un régimen autoritario y muy remotamente demócrata. Con los cambios llego el desempleo, la insatisfacción; la explosión demográfica exigió nuevas cosas, el orden social, político y económico había llegado a un punto en que tenía que trasformarse y para ello aun éramos inexpertos. Aun éramos parroquianos, renuentes al cambio, inseguros de las bondades o desventajas de ser más liberales, más atrevidos.

El orden de las cosas debía cambiar, pero las casas de estudios, la educación nacional era eso, nacionalista, respondía a los intereses y objetivos de la clase hegemónica, a la creación de una identidad nacionalista que para el 68 se agotaba cada vez más, así como los deseos y la necesidad mundial-capitalista de Estados-nacionalistas. Eran ineficientes, con los cambios socioeconómicos, las ideologías y los modelos económicos se transformaban las necesidades y los espacios educativos.

La politización que de por si era escasa y su activismo mal visto se enfrentaría 40 años después, es decir hoy en el 2008, a una politización igual de escasa, pero cualitativamente distinta, más instrumental, utilitarista y pragmática. Una tecnificación y flexibilización del empleo dadas las necesidades del proceso de acumulación capitalista ha convertido a los espacios educativos en nichos de mercado, no en instituciones de formación universitaria, critica y profesional. Es ahora un espacio apolítico, técnico, dinámico y acrítico.

La cultura política al interior de las instituciones educativas, es pues, muy poco activa, poco reflexiva, no es crítica, esta subordinada.

Los planes forman técnicos, no analistas; los contenidos políticos son escasos, son suavizados y el lenguaje empleado para la discusión a sido despojado de su carga ideológica, ética y valorativa; ha cambiado para ser descriptivo, funcional, cosificado.

El lenguaje es un data de los procesos productivos que el sistema requiere para continuar funcionando; la bomba cardiaca que permite el flujo sanguíneo-dinerario es el sistema económico que va de lo productivo a lo financiero.

Para lo sucedido después del 68 la politización de los jóvenes estudiantes y el pueblo en general se traduce en un marketing político, una celebración a la imagen y a los estilos de vida de una democracia como producto de mercado.


Inken Dean

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